–Así que... quieres saber sobre mi Señor, ¿no es así?
–Sí, me gustaría. He escuchado tanto sobre él...
–Bien.
››Mi Señor es un gran hombre. Poca gente hay que se merezca tanto mi respeto como Él. Me cuidaba, me mimaba, me enseñaba... me tenía por y para Sus pies. Pero nunca tuvo una vida fácil, y es algo que siempre me atrajo mucho de él. "¿Qué tengo yo para que un hombre como Él se haya fijado en mí?", me repetía, día tras día, cuando aún estaba entre sus brazos. Cuando no me hacía falta echarle de menos para sentirle cerca...
››Él era un hombre informal, pero a la vez su traje le quedaba como un guante. Siempre fue un hombre de vinilos, gafas redondas y cine clásico. No le gustaban las cosas fáciles. Él era de pensar las cosas pero después abalanzarse hacia un sueño, arrepintiéndose o no después. Muchos fallos tuvimos que corregir, pero ninguno fue en vano. Crecimos juntos, tanto como pareja como personas. Poca gente creía en nosotros, pero yo creía en Él y eso me era suficiente...
››Vivimos muchas cosas juntas, ¿sabe? Fuimos a, prácticamente, todos los sitios que alguien como yo podía imaginar. Pero para Él no era suficiente. Él quería más. Quería llevarme a bosques, parques temáticos, mares, montañas, ríos... para Él mi felicidad nunca era suficiente. Cada vez que sonreía, Él quería mantener esa sonrisa eternamente. Y yo la Suya. No creo que jamás vuelva a ver una sonrisa tan deslumbrante nunca. Era de esas... de esas que con sólo verla, sabías que hasta los hombres más fuertes lloran, y hasta los niños más cobardes vencen sus miedos. No sé si me explico; porque Él no era un hombre que se pudiera explicar con palabras.
››Yo lo amé, lo amé más que a mi vida. Quise darle todo, y espero haberle dado, al menos, la mayor parte. Todos los días intentaba que sonriese... ya no sólo por Él, sino por mí. Yo no era nadie si no le robaba una pequeña parte de su envidiable sonrisa. Yo no era nadie si él no me decía "Te quiero" cada noche y cada mañana. Yo no era nadie entonces, y ahora que no está... soy menos que nadie...
Empecé a llorar, ya no podía aguantarlo más.
–Lo siento, pero no puedo seguir –salí corriendo a mi habitación.
El dolor de recordarle como si fuese ayer cuando aún dormíamos juntos, fue demasiado para mí. Le echaba tanto de menos. Mi vida no era nada si no estaba Él para animarla. Yo no era nada si Él no estaba para hacerme reír en los peores momentos. Estaba destrozada.
Cogí su foto, la que me regaló por mi primer cumpleaños estando juntos. Esa foto guarda tantos recuerdos... la abracé, llorando. Cuando alcé la mirada, lo vi. Lo vi con su traje negro y su corbata roja. Le vi tan guapo y elegante como cuando aún estaba conmigo.
Estiró Su brazo hacia mí, y sin pensarlo lo cogí; y nos fuimos, de la mano, a un lugar donde sí que íbamos a estar juntos para siempre...
Atheris Hispida.
Que empiece la función.
jueves, 31 de julio de 2014
jueves, 10 de julio de 2014
El rescate (antiguo)
Érase que se era una princesa encerrada en su propio castillo. Ella quería salir, pero a la vez tenía miedo del exterior. Le era tan desconocido... cada vez que salía de él, algo o alguien le hacía daño, y volvía.
Después de meses y meses, con la única compañía de una araña llamada Paula, alguien llamó a la puerta.
-¿Quién es? -dijo ella, asustada, pues hacia años que nadie venía a buscarla.
-Soy yo.
No dijo nada más. La voz le resultó tan cálida y familiar que no pudo evitar abrirle.
Cuando subió, se dio cuenta de que era un joven príncipe apuesto, con una sonrisa sincera y una mirada que podría iluminar una noche sin luna.
-¿Sabes quién soy? -dijo él, sonriente.
-No, pero me resultas familiar -contestó ella, extrañada.
-Soy aquél que tanto buscabas. El que viste una noche y no te atreviste a saludar. Soy ese chico que ha venido a sacarte del castillo.
-¿Y quién te ha dicho a ti que quiero salir?
-Me lo dicen tus ojos. Ven -le ofrece la mano-, ¿te apetece un paseo?
La princesa aceptó, puesto que se sentía protegida acompañada de aquel príncipe. No tuvo miedo en pisar el césped descalza, después de tanto tiempo.
Aquel príncipe, le enseñó las maravillas del mundo exterior de las cuales ella nunca se había fijado. Se dio cuenta, de que se había perdido muchas cosas encerrada en su castillo... pero no le importó, porque si no hubiese estado allí, jamás se hubiese encontrado con su príncipe.
Pasaron los días, y la princesa cada vez se sentía mejor con su príncipe. Él, iba a buscarla todos los días, e incluso dormían juntos en el jardín. Ella ya no tenía miedo, pues se sentía protegida. Él se sentía feliz con el mero hecho de admiradla. Cada uno le aportaba algo especial al otro, por lo que nunca se podían separar.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
Después de meses y meses, con la única compañía de una araña llamada Paula, alguien llamó a la puerta.
-¿Quién es? -dijo ella, asustada, pues hacia años que nadie venía a buscarla.
-Soy yo.
No dijo nada más. La voz le resultó tan cálida y familiar que no pudo evitar abrirle.
Cuando subió, se dio cuenta de que era un joven príncipe apuesto, con una sonrisa sincera y una mirada que podría iluminar una noche sin luna.
-¿Sabes quién soy? -dijo él, sonriente.
-No, pero me resultas familiar -contestó ella, extrañada.
-Soy aquél que tanto buscabas. El que viste una noche y no te atreviste a saludar. Soy ese chico que ha venido a sacarte del castillo.
-¿Y quién te ha dicho a ti que quiero salir?
-Me lo dicen tus ojos. Ven -le ofrece la mano-, ¿te apetece un paseo?
La princesa aceptó, puesto que se sentía protegida acompañada de aquel príncipe. No tuvo miedo en pisar el césped descalza, después de tanto tiempo.
Aquel príncipe, le enseñó las maravillas del mundo exterior de las cuales ella nunca se había fijado. Se dio cuenta, de que se había perdido muchas cosas encerrada en su castillo... pero no le importó, porque si no hubiese estado allí, jamás se hubiese encontrado con su príncipe.
domingo, 13 de abril de 2014
La puerta se abrió bruscamente. Alguien
entraba gritando.
–¡Cariño! ¡Nos han concedido el préstamo,
completo! Como aval he tenido que poner
básicamente todas nuestras pertenencias, pero bueno ¡qué más nos da si las
vamos a vender! –tenía una sonrisa que no le cabía en la cara.
Nía, que ni de lejos
se esperaba tener en sus manos los 900.000 euros que habían pedido en el banco,
ahora estaba eufórica. Tenía tantas endorfinas en el cuerpo que le salían por
las orejas.
–¡Eso es
maravilloso, Eric! Podemos ir haciendo planes de qué países visitaremos, qué
drogas queremos probar, las locuras que queremos hacer… ¡Novecientos mil euros
dan para bastante!
–Cielo, también
tenemos que tener cuidado con qué hacemos. Ahora las cosas están muy jodidas en
lo que viene a ser el tema judicial y ley, sobre todo para gente como nosotros:
sin contactos y sin dinero.
–Lo sé, amor. Bueno,
¡no pensemos ahora en lo negativo! ¡Pongámonos manos a la obra para prepararlo
todo a la perfección!
Nía fue al
ordenador, a mirar los cientos de archivos que habían guardado para este
momento: documentos llenos de información sobre aduanas, sobre dónde se
encuentra gran parte de la droga retenida por la policía, de cómo salir inmune
de un juicio de cárcel… años y años de recopilación de información, que al fin
darían resultado.
Eric fue a otro
banco diferente a coger los 20.000 euros de los ahorros que habían conseguido –con
mucho esfuerzo– durante toda su vida. Años de pluriempleo, sin vacaciones, sin
apenas vida social… años y años, que al fin serían beneficiosos.
Lo primero que
hicieron fue vender su coche –algo que no le costó casi nada de trabajo, puesto
que lo vendían ridículamente barato– y comprarse una moto para viajar por
Europa. Una Bultaco Metralla MK2 clásica. La pasión de Nía y Eric desde niños
han sido las motos, y él supo muy bien guiarla hacia las mejores motos
existentes.
Después vendieron
todas sus cosas –aunque entrasen en la fianza del préstamo que jamás pagarían–
a un precio decente para no perder demasiado dinero y venderlas en el plazo
máximo de dos días. Los dibujos de Nía volaron en las cinco primeras horas, las
maquetas y proyectos de Eric tardaron más, pero fue lo que trajo todo el dinero
de la venta. Lo único que no vendieron fue el barco, porque nadie estaba
dispuesto a darle todo lo que pedían.
–Cariño, ¿qué vamos
a hacer con el barco? A mí me gusta mucho, pero si no lo vendemos aunque sea
por cinco mil euros, nos lo vamos a comer –Eric no sabía ya qué hacer para
convencer a su mujer de rebajar su precio.
–Está en perfecto
estado, nuevo, lo hemos usado tres años y restaurado este último. ¿Cómo vamos a
tener las narices de venderlo por veinte mil euros menos de lo que nos costó? –ella
no entendía cómo podía querer venderlo tan barato, con lo tacaño que era su
esposo.
Discutieron durante
un rato, llegando a la conclusión de que lo venderían a la mitad si al tercer
día no aparecía ningún comprador. Tuvieron la suerte de que el segundo día
llegó un hombre podrido de dinero y les compró el barco por el doble de su
precio original, siempre y cuando no sacasen nada de lo que ya tuviera dentro.
‹‹Si supiese que hace meses que el barco está vacío… se reiría mucho››, pensaba
para sí Eric, casi sin poder aguantar la risa.
–Dos… tres… cuatro… –a
Nía se le abrieron los ojos como platos.
–¿Qué pasa? –preguntó
Eric, asustado.
–¡Tenemos más de un millón!
Para ser exactos… –revisó las cuentas que llevaba haciendo dos horas, por si
había algún error–, ¡tenemos un millón trescientos mil euros!
–¡Dios mío! Si es
que eres la mejor. Gracias a ti tenemos ese pastón.
–Gracias a ti, por
el crédito –Nía le guiñó un ojo a su esposo, y éste de inmediato supo a qué se
refiere.
Ambos pasaron su
última noche en Barcelona como Nía y Eric. A partir de ese momento comenzaba
una nueva vida para aquella pareja desenfrenada y loca.
Eran las seis de la
mañana y ya estaban partiendo hacia Suiza, el paraíso bancario. Allí meterían
todo su dinero para las drogas, las fiestas, y todas las demás locuras que se
le vayan presentando. Ésta sería ahora su vida, hasta los siguientes diez años
o hasta que se les acabase el dinero; entonces buscarían otras salidas o
sencillamente acabarían con ellos mismos.
Ya en Suiza,
llamaron al camello con el que Eric había estado en contacto durante los cinco
años anteriores, para que le mantuviese informado de todo lo que estaba pasando
con la recompensa de comprar más de cien mil euros en todo tipo de drogas. Tuvo
que hablar Nía, pues era la única que hablaba francés casi a la perfección.
Tras quince minutos de llamada, Eric quiso saber qué había pasado.
–Me ha dicho cómo
está la cosa actualmente: precios, policía y tipo de drogas que hay en el
mercado medianamente asequibles. Me ha dado nombres de camellos de los que no
debemos fiarnos, y menos teniendo tanto dinero encima. También me ha dicho que
él ahora mismo está entre trámites y no puede atendernos. Si nos esperamos dos
días aquí, en Suiza, nos rebajará unas cuantas cosas por los favores que le
hemos hecho en estos cinco años –Nía se paró a pensar si se le olvida algo–.
¡Ah! También me ha dado nombres de prostíbulos en toda Europa donde no debemos
ni pisar.
–¿Por qué? –Preguntó
Eric, curioso, puesto que ellos nunca habían hablado de entrar en ninguno.
–No es porque sean
prostíbulos de mala calidad, sino porque son locales “trampa” –hizo las
comillas con los dedos–, es decir, hay policías infiltrados ahí dentro que nos
la pueden liar. Ya sea por el hecho de estar en un prostíbulo o por llevar
drogas.
–Pues, ¡maravilloso!
–Eric se alegró por lo bien y lo fácil que estaba saliendo todo, y sonrió como
hacía años que no sonreía.
Así fue como Nía y
Eric empezaron su nueva vida. Al principio les costó acostumbrarse a tener que
cambiarse de nombre cada poco tiempo, a tener varios DNIs en la cartera, al
trato de vender y comprar drogas, a huir de la policía…
Pasaron los años de
diversión, como tantísimo habían deseado, pero un día del séptimo año hubo un
problema: Nía tomó heroína de mala calidad, produciéndole sobredosis. La
tuvieron que llevar directamente al hospital y, como la policía no es tonta, no
esperó a que se recuperase para hacerle un interrogatorio. Aun estando en
Bélgica, llamaron a un policía que supiera hablar español para poder hacerle un
interrogatorio al único que podía hablar: Eric.
–Comisario García.
Dieciocho de junio de dos mil cuarenta y dos. Sala de interrogatorios de
Bélgica. Presentes: el acusado, Eric Zoroa; una escolta belga y yo. Muy bien,
empecemos –el comisario se colocó en la silla, con los brazos encima de la mesa
y se inclinó hacia adelante–. Eric, ¿me lo vas a contar todo a la primera o
vamos a tener que pelear? –esbozó una pequeña sonrisa. No tenía acento, así que
Eric supuso que era realmente español.
–Lo diré todo si no
meten a Nía en esto –tenía lágrimas en los ojos, y no era capaz de mirarle.
–No te puedo
prometer nada. Puedo prometer que si ayudas en todo y además nos dices nombres
no envejecerás en la cárcel –tenía una risa burlona, risa que a Eric le daba
arcadas.
–Puedes olvidarte de
nombres –le miró a los ojos, y el comisario pudo ver la pena y la rabia en ellos.
–Muy bien, chico.
Pero quiero que me lo cuentes todo, desde el principio. Al final haremos un
trato. ¿De acuerdo?
–Está bien… –Eric
sorbió fuerte por la nariz para no llorar, y comenzó con la voz un tanto rota–.
Nía y yo nos conocimos en el 2013. Ninguno teníamos la mínima idea de tener
descendencia, así que un día decidimos que cuando yo superase los cuarenta, pediríamos
un crédito millonario –Eric sonrió y meneó la cabeza por los recuerdos–. Y así
fue.
››Cuando cumplí
veinte empezamos a recaudar información: policía, drogas, sitios menos
localizados, lugares donde si te pillan con cantidades altas de droga estás
sólo un día en el calabozo y a tu casa… lo hicimos juntos, todo –miró a los
ojos al comisario y, con una leve sonrisa una lágrima cayó, directa a la mesa–.
Estaba todo perfectamente planeado… aún no entiendo de dónde salió ese maldito
camello –rompió a llorar recordando dónde se encontraba su mujer ahora mismo.
Dejó de hablar y el
comisario lo entendió. Le dio tiempo para respirar e intentar relajarse.
–Hace siete años nos
concedieron el crédito –Eric comenzó a hablar con la cabeza entre los brazos –.
Novecientos mil euros. Cuando llegué a casa con esa pasta metida en la
cartilla, ninguno nos lo podíamos creer. Tardamos una semana, aproximadamente,
en vender todas nuestras cosas, inclusive la casa. En total llegamos al millón
trescientos mil. Fue una alegría enorme… el cinco de mayo pisamos Suiza,
metimos todo el dinero en la cuenta y empezamos a vivir nuestro sueño. Pero no
ha acabado bien… –empezó a llorar de nuevo–. ¡nada bien! –Gritó, golpeando la
mesa. El comisario se asustó pero no temió nada, sólo era un hombre dolorido.
››El verdadero final
de todo esto tendría que haber sido en tres años, muriéndonos juntos. Ya sea en
la cárcel o por una sobredosis extrema de ambos a la vez… ¡pero no! –Volvió a
golpear la mesa–. Un maldito camello estafador tenía que joderlo todo…
Rompió a llorar. Se
agarró el pelo de la cabeza y se culpaba una y otra vez por su esposa, porque
él no estuvo vigilante. Se maldecía, y mucho más al estafador que les vendió
esos gramos.
El comisario salió
de la sala, junto con la escolta.
La policía fue a su
“casa” de Bélgica y encontró ordenadores con toda la información que Eric le había
dicho al comisario. Los confiscaron. García avisó a Eric de que no intentase
nada de lo que ahí tenían escrito, porque podrían salir mal parados.
Meses después,
cuando Nía estaba recuperada, apenas sin secuelas, hubo un juicio. En él se les
declaró culpables a ambos de tráfico de estupefacientes e ilegalidad fiscal,
por no pagar el préstamo y vender la fianza de éste. Fueron condenados a cinco
años de cárcel, que se redujo a tres por la ayuda proporcionada a la policía.
En el último mes de
condena, a Nía le detectaron un cáncer terminal, con una vida máxima de tres
meses con tratamiento médico. Ambos aceptaron y, por buena conducta, salieron
con cargos. Lo primero que hicieron fue ir a un hospital, donde Nía murió dos
meses más tarde. Pero Eric no salió de allí, ni siquiera nadie sabe dónde puede
estar. Hay gente que dice haber visto a un hombre en la sala de espera
repetidos días, buscando por internet un billete a Suiza. Quien le daba
conversación acababa sabiendo la historia de los diez últimos años de la vida
de una pareja que, según muchos, sabían vivir de verdad.
jueves, 9 de enero de 2014
Basado en hechos reales.
John era un padre cincuentón, jubilado, sin más preocupaciones que no olvidarse el 1'50€ que cuesta una caña en su bar favorito, el que está en frente de su casa. John, con un hijo de casi 30 años, estaba muy contento con su vida: nunca le había faltado en la mesa un plato para su mujer y su hijo, tiene las dos mejores nietas del mundo, y en unos días hace 30 años casado con la mujer de su vida. Se podría decir que John, ha sido un hombre afortunado.
Un día, mientras John pasaba por la carretera de siempre, de vuelta de una rutinaria visita al médico, se encontró con un aparatoso accidente, al parecer, muy reciente; porque no había señales de que la policía ni la ambulancia hayan estado por allí. John bajó del coche para ver mejor y se encontró con un coche destrozado completamente. «Hay muertos, seguro. Mejor me llevo una manta por... por lo que pueda pasar», pensó,a la vez que cogía la manta azul que utilizaba su hijo para dormir de pequeño.
Al bajar se acercó al coche, que siquiera parecía uno. Sólo era un amasijo de hierros con una especie de chasis blanco, con las ventanas destrozadas. Ni la matrícula era visible. No muy lejos, vio una persona. John se acercó a un paso rápido, por si había una escasa posibilidad de que aún tuviera vida. Cuando estaba a un metro de él, se dio cuenta de que no. Aquel muchacho estaba completamente desfigurado.
–Está tan mal que ni su padre le reconocería –pensó en voz alta, con un nudo en el estómago.
John cogió la manta, la sacudió para estirarla y la echó encima del chico. A lo lejos vio un camión volcado, cuyo dueño (o eso parecía) estaba con un móvil en la oreja. «Estará llamando a una ambulancia, mejor me voy; aquí no pinto nada».
Al llegar a su bar favorito, John le contó al mese lo ocurrido:
–...pobre chaval, Pedro. Estaba jodidamente desfigurado. No sé si era de aquí, de Barcelona o de Suiza. No tenía rasgos y estaba ensangrentado. Ojalá no haya dejado a nadie... –a John se le hizo un nudo en la garganta y no pudo seguir–. Si tú lo hubieras visto, Pedro. Eso no parecía una persona. Ni siquiera sé si debí taparlo, a lo mejor la policía ni lo encuentra... qué pena me da, ¡parecía joven!
Entró la mujer del mese.
–¡Pedro! ¿Te has enterado del accidente? ¡Ha muerto...!
–¡Shhh! –le cortó Pedro a su mujer, señalando a John con los ojos.
Entonces se escuchó una ambulancia, que se para en la casa de John.
John ata cables.
Su hijo hoy iba al pueblo de al lado, a comprar, con su coche blanco.
John salió.
Buscaban a John.
Las piernas de John pesaban más de lo normal.
John se derrumba.
John, llora.
Un día, mientras John pasaba por la carretera de siempre, de vuelta de una rutinaria visita al médico, se encontró con un aparatoso accidente, al parecer, muy reciente; porque no había señales de que la policía ni la ambulancia hayan estado por allí. John bajó del coche para ver mejor y se encontró con un coche destrozado completamente. «Hay muertos, seguro. Mejor me llevo una manta por... por lo que pueda pasar», pensó,a la vez que cogía la manta azul que utilizaba su hijo para dormir de pequeño.
Al bajar se acercó al coche, que siquiera parecía uno. Sólo era un amasijo de hierros con una especie de chasis blanco, con las ventanas destrozadas. Ni la matrícula era visible. No muy lejos, vio una persona. John se acercó a un paso rápido, por si había una escasa posibilidad de que aún tuviera vida. Cuando estaba a un metro de él, se dio cuenta de que no. Aquel muchacho estaba completamente desfigurado.
–Está tan mal que ni su padre le reconocería –pensó en voz alta, con un nudo en el estómago.
John cogió la manta, la sacudió para estirarla y la echó encima del chico. A lo lejos vio un camión volcado, cuyo dueño (o eso parecía) estaba con un móvil en la oreja. «Estará llamando a una ambulancia, mejor me voy; aquí no pinto nada».
Al llegar a su bar favorito, John le contó al mese lo ocurrido:
–...pobre chaval, Pedro. Estaba jodidamente desfigurado. No sé si era de aquí, de Barcelona o de Suiza. No tenía rasgos y estaba ensangrentado. Ojalá no haya dejado a nadie... –a John se le hizo un nudo en la garganta y no pudo seguir–. Si tú lo hubieras visto, Pedro. Eso no parecía una persona. Ni siquiera sé si debí taparlo, a lo mejor la policía ni lo encuentra... qué pena me da, ¡parecía joven!
Entró la mujer del mese.
–¡Pedro! ¿Te has enterado del accidente? ¡Ha muerto...!
–¡Shhh! –le cortó Pedro a su mujer, señalando a John con los ojos.
Entonces se escuchó una ambulancia, que se para en la casa de John.
John ata cables.
Su hijo hoy iba al pueblo de al lado, a comprar, con su coche blanco.
John salió.
Buscaban a John.
Las piernas de John pesaban más de lo normal.
John se derrumba.
John, llora.
jueves, 12 de septiembre de 2013
Desaparición. [Parte 1]
Eran las 8:13 y Diana ya llegaba tarde al instituto pero no le importaba. Eran los primeros días, así que los profesores no le daban mucha importancia a los retrasos y a las faltas. 8:14 y ya veía la puerta del instituto así que aceleró un poco y entró con justo cuando sonaba la alarma. A primera hora tenía Biología, por eso había llegado casi corriendo. Entra a la clase con un "perdón" y se sienta en su sitio. La clase va sobre el sistema nervioso humano, así que toda la clase se aburre menos ella.
A las 9:15 termina la clase y Diana sale a mover las piernas. Por el camino, un chico mayor le llama la atención y se da cuenta de que la mira. Él le hace un gesto para que la siga y ella mira a su alrededor distraídamente, y anda tras el chico. La lleva hasta una especie de azotea que Diana no sabía ni que existía; y tampoco sabía qué hacía siguiendo a un desconocido. Allí arriba, alguien se le acerca por detrás sin que le vea y la sujeta. El desconocido al que siguió le venda los ojos y le pone un espaladrapo en la boca, aunque Diana no iba a intentar gritar. Sabía que era inútil, puesto que estaban lejos de cualquier profesor y las clases ya habían empezado. Alguien le golpea la cabeza, haciendo que quede inconsciente en el suelo.
Cuando la profesora de matemáticas se da cuenta de que Diana no está, pero sus cosas sí, pregunta a sus compañeros que si la han visto y todos niegan con la cabeza. Alertada, sale un momento a buscarla y a preguntarle a los demás profesores la habían visto, pero nada. Parece como si se hubiese desvanecido en el aire. Ésta se preocupa y baja a la conserjería a por el número de sus padres y preguntarle si ellos saben algo de ella. Su madre se preocupa y decide llamar a la policía. La profesora vuelve a su puesto de trabajo, esperando que todo se trate de una broma o un despiste.
Diana se encuentra sentada en una silla en algún lugar oscuro, porque abre los ojos y no ve nada a través de la fina venda blanca que le pusieron en el instituto. Aún no sabe cómo la han bajado sin que nadie la viese o se alertase. Le duele mucho la sien del golpe, y se está preguntando para qué la quieren una panda de desconocidos... porque son desconocidos. Empieza a dudar e intentar recordar la cara del chico al que siguió. Piel clara, ojos verdes oscuros y cresta.
Se dice a sí misma una y otra vez que es estúpida por seguir a un desconocido, estúpida por no haberse quedado en clase como los profesores le tienen dicho y más estúpida aún por no haber llamado a Jandro ha sido despertarse, ya que ahora se estará preocupando y con relativa razón.
También piensa que si la están buscando o sencillamente todo el mundo cree que ha hecho pellas. Piensa en sus padres, en los preocupados que están si saben ya de su desaparición o lo que estarán cuando nadie llegue a su casa a las 4.
Se escucha una puerta y Diana empieza a temblar.
-¿Estás seguro de que era ella? No le veo el mismo cuerpo que tú decías -grita un chico de voz grave.
-Sí, joder, hazme caso. Es la de Internet, la McTetis.
Diana piensa que se han equivocado de persona, puesto que ella no tiene ni idea de lo que hablan.
Alguien le quita la venda en los ojos, y se encuentra con un hombre de alrededor de unos 20 años, con una camiseta blanca lisa, bermudas vaqueras y barba de una semana. Sus ojos claros la penetran hasta el alma.
-Bueno, pues vamos a comprobar si es la de las tetitas famosas -dice, con una sonrisa y en un tono burlón.
El chico se abalanzó hacia ella e intentó quitarle la camiseta. Ella forcejeaba sin saber qué hacía ni la razón de sus actos. Al tener las manos atadas, poco pudo hacer y terminó rompiéndole la fina camiseta de tirantes que tenía, dejando a la vista su sujetador de encaje azul. Ella miraba al chico y en su cara se encendió un brillo de lujuria.
-¡Sí tío, tenías razón, es ella! ¡Lo que voy a disfrutar! -se volvió hacia ella y la desnudó completamente mientras Diana lloraba, de vergüenza e impotencia.
Continuará...
A las 9:15 termina la clase y Diana sale a mover las piernas. Por el camino, un chico mayor le llama la atención y se da cuenta de que la mira. Él le hace un gesto para que la siga y ella mira a su alrededor distraídamente, y anda tras el chico. La lleva hasta una especie de azotea que Diana no sabía ni que existía; y tampoco sabía qué hacía siguiendo a un desconocido. Allí arriba, alguien se le acerca por detrás sin que le vea y la sujeta. El desconocido al que siguió le venda los ojos y le pone un espaladrapo en la boca, aunque Diana no iba a intentar gritar. Sabía que era inútil, puesto que estaban lejos de cualquier profesor y las clases ya habían empezado. Alguien le golpea la cabeza, haciendo que quede inconsciente en el suelo.
* * *
Cuando la profesora de matemáticas se da cuenta de que Diana no está, pero sus cosas sí, pregunta a sus compañeros que si la han visto y todos niegan con la cabeza. Alertada, sale un momento a buscarla y a preguntarle a los demás profesores la habían visto, pero nada. Parece como si se hubiese desvanecido en el aire. Ésta se preocupa y baja a la conserjería a por el número de sus padres y preguntarle si ellos saben algo de ella. Su madre se preocupa y decide llamar a la policía. La profesora vuelve a su puesto de trabajo, esperando que todo se trate de una broma o un despiste.
* * *
Se dice a sí misma una y otra vez que es estúpida por seguir a un desconocido, estúpida por no haberse quedado en clase como los profesores le tienen dicho y más estúpida aún por no haber llamado a Jandro ha sido despertarse, ya que ahora se estará preocupando y con relativa razón.
También piensa que si la están buscando o sencillamente todo el mundo cree que ha hecho pellas. Piensa en sus padres, en los preocupados que están si saben ya de su desaparición o lo que estarán cuando nadie llegue a su casa a las 4.
Se escucha una puerta y Diana empieza a temblar.
-¿Estás seguro de que era ella? No le veo el mismo cuerpo que tú decías -grita un chico de voz grave.
-Sí, joder, hazme caso. Es la de Internet, la McTetis.
Diana piensa que se han equivocado de persona, puesto que ella no tiene ni idea de lo que hablan.
Alguien le quita la venda en los ojos, y se encuentra con un hombre de alrededor de unos 20 años, con una camiseta blanca lisa, bermudas vaqueras y barba de una semana. Sus ojos claros la penetran hasta el alma.
-Bueno, pues vamos a comprobar si es la de las tetitas famosas -dice, con una sonrisa y en un tono burlón.
El chico se abalanzó hacia ella e intentó quitarle la camiseta. Ella forcejeaba sin saber qué hacía ni la razón de sus actos. Al tener las manos atadas, poco pudo hacer y terminó rompiéndole la fina camiseta de tirantes que tenía, dejando a la vista su sujetador de encaje azul. Ella miraba al chico y en su cara se encendió un brillo de lujuria.
-¡Sí tío, tenías razón, es ella! ¡Lo que voy a disfrutar! -se volvió hacia ella y la desnudó completamente mientras Diana lloraba, de vergüenza e impotencia.
Continuará...
jueves, 8 de agosto de 2013
Dependencia.
Sentirte vacía cuando te falta la otra persona. Dar de lado a todos y a todo simplemente por verle sonreír. Maquillarte aunque lo odies para darle el gusto. Sobrellevar los miedos y las inseguridades para que se sienta orgulloso de ti. Superarte día a día para verle feliz. Hacer el idiota simplemente para ver como niega con la cabeza mientras se muerde el labio. Sentir un escalofrío por toda la espalda cuando te habla con su voz más dulce. Estar desganada cuando no está, y estar pensando todo el rato en qué hace y si te estará echando o no de menos. Llevarle la contraria simplemente para picarle. Decir y hacer pastelazos a cada rato porque sabes que le encanta. Dejar de hacer cualquier cosa para darle mi total atención.
Sonreír y que se me olvide todo al pensar que en poco más de una semana voy a estar entre sus brazos. Sentir cosquilleos por todo el cuerpo al imaginarme sus caricias, sus besos, sus mimos...
Sonreír y que se me olvide todo al pensar que en poco más de una semana voy a estar entre sus brazos. Sentir cosquilleos por todo el cuerpo al imaginarme sus caricias, sus besos, sus mimos...
Hola, me llamo Atheris Hispida, y él es mi droga.
lunes, 1 de julio de 2013
Pantera – En plan salvaje (Parte 1).
En el siglo
XXII, cuando los humanos no eran más que desechos de ellos mismos,
enjaulados en terrenos tan reducidos que no podían ni vivir, teniendo tantos hijos como deseaban porque eran costeados por
los demás, viviendo la vida de otros porque la suya no valía nada,
nació Retna. Tenía el cabello negro como la noche, los ojos
verdes y piel morena. Ya de pequeña demostraba una constitución
atlética, pero sobretodo destacaba por no querer nada de tecnología
y por su amor incondicional a la fauna y flora salvaje.
–¡Maldita
niña! ¡Que quiere un perro dice! ¿Es que no estás contenta con tu
tablet y tus juegos de realidad virtual? –le gritaba su madre todos
los días.
Nadie la
entendía, todos eran unos esclavos del sistema que sólo deseaban
ser mejor que el vecino, demostrar cosas que no tenían aunque
tuviesen que malvivir por eso. Retna los veía a todos como locos, y
cuanto más crecía, más se daba cuenta de que tenía toda la razón
y poco a poco estaban suicidando a la raza humana, exterminando
con todas las demás. Se dio cuenta de que tenía dos opciones: aguantar
allí, sometida al sistema y viendo como la naturaleza fallecía poco
a poco, o vivir junto a ella como una sola, siendo salvaje y huyendo
de depredadores que desean su sangre. Con tan sólo 14 años, se
escapó de casa con la única compañía de un machete y una
cantimplora con agua.
Andó durante
días, mendigando y ganando de todo en las calles, pues toda la gente
“era buena y le daba todo lo que podía”. Retna sabía que
era para salvar su conciencia de malas acciones y pensar “qué
buena persona soy, ayudo a quien más lo necesita”, pero le daba
igual. Ahora mismo sólo ella y la naturaleza importaban.
Al fin llegó
a un bosque. No era muy grande y la mayoría de los días estaba
siendo explotado por industrias madereras, mas a ella no le
importaba; era algo bueno para empezar.
Con unas
cuantas ramas y hojas se hizo una choza y una especie de cama. Con un
mechero que le donó un yonki hizo una hoguera y asó un filete que
le dio un carnicero obeso. El olor hizo que una pantera
negra, preciosa y oscura como la noche, se acercase. Retna se asustó, ya que era la primera vez que veía a un animal en un territorio salvaje, lo
que ella no sabía es que la pantera tenía mucho más miedo de ella
que al revés. Le ofreció un trozo de filete y la pantera lo cogió,
cuidadosa, y se alejó un poco. Lo suficiente para que Retna
estuviese tranquila y aún se le viese el reflejo de los ojos.
Terminó de comérselo, se acercó a Retna y le lamió la mejilla. La
pantera se fue sigilosa y veloz, y Retna sonrió como nunca antes. Se
terminó la cena y se puso a dormir.
Ese fue su
primer encuentro con un animal salvaje, dándose cuenta de que todos
temían al ser humano. Tenían miedo de sus armas asesinas, de sus
máquinas destructoras y de su mente perversa. Pero ellos se daban
cuenta de que Retna no era como los demás, Retna era un animal más.
Poco a poco
fue acostumbrándose a cazar con las manos y se acostumbró al sabor
de la sangre y la amargura de la savia. Se hizo amiga de todos los
depredadores y se ayudaban mutuamente.
Pasaron los
años y Retna se había convertido en una de las mejores cazadoras
que conocía la selva, pero también un animal muy noble y fiel. Sus
sentidos se desarrollaron: oía mucho mejor, su olfato era infalible
y cada día veía mejor en la oscuridad. Ahora iba completamente
desnuda, sin complejos y sintiendo a la naturaleza en todo su
esplendor. Retna estaba muy a gusto con su nueva forma de ser, pero
le faltaba algo: un compañero. Aunque ella había estado sola toda
su vida y no tenía problemas con ningún animal, quería tener a
alguien con el que dormir todas las noches, cazar juntos todos los
días y tener descendencia.
El día del 18
cumpleaños, Retna decidió hacer algo nuevo. Cogió todas sus cosas
y se fue a buscar otros lugares. Cogió sus pocas pertenencias y
marchó, sigilosa y rápida como una pantera. No sabía a
dónde ir y tampoco si los humanos habían terminado por destruir todo
territorio virgen que quedase, pero ella no se dio por vencido y
buscó durante días. En su camino vio animales que no sabía que
existían, pero no se asustó ni temió. Simplemente se sorprendió y
estuvo un rato con ellos, aprendiendo cosas nuevas.
Retna llegó a
un lago cristalino que incluso se podía ver el fondo. Había peces
de todos los tamaños y colores. Le encantaba el agua, así que no
pudo resistirse a bañarse. Dejó sus cosas en la orilla y se metió,
disfrutando de lo fresquita que estaba el agua. Entonces, escuchó un
ruido y salió a la superficie. Vio un animal que llevaba muchísimo
tiempo sin saber de él, así que pocos recuerdos le quedaban. Retna
vio a su raza, la humana, a una mujer que estaba tomando el sol, boca
abajo. Era verdaderamente hermosa, ya no recordaba lo que sentía al
ver a una mujer desnuda. Tenía el pelo pelirrojo y por la cintura.
Su piel, al contrario que la de Retna, era muy pálida y parecía de
porcelana. Tenía la espalda curva, y las piernas largas y atléticas.
No estaba gorda pero tampoco delgada, tenía curvas en la cintura. Entonces se levantó, y Retna la pudo ver bien. Era muy hermosa,
tenía los ojos marrones, grandes. Los labios eran rosados y
carnosos. Sus mejillas estaban rojas del sol y sus dientes eran
blancos como la leche. Las manos eran delicadas y parecía que con un
simple golpe se iban a romper. Realmente, era el ser más hermoso que
Retna había visto jamás. Sin pensarlo, fue nadando hacia ella. La
mujer se sorprendió al verla, y se echó un poco para atrás. Retna
no quería asustarla, así que frenó y quedó flotando en el agua.
La mujer sonrió y saludó con la mano. Retna se sonrojó, pero no
podía apartar la mirada de esos ojos marrones suaves y calientes,
que parecía que la abrazaban. Salió del agua y vio que era más
alta que la mujer, tenía los pechos más pequeños, su espalda era
más ancha y tenía muchos más músculos. La mujer le tocó los
abdominales, que los tenía bastante marcados.
–Tienes
cuerpo de hombre –dijo la mujer con una sonrisa. Su voz era dulce y
suave, un poco aguda, pero transmitía tranquilidad–, pero eres
hermosa –se miraron a los ojos y Retna se sonrojó mucho más–.
Me llamo Enia, ¿y tú? –apartó la mano de sus abdominales y se
las puso en la espalda, como una niña tímida.
–Retna
–estaba muy sonrojada y nerviosa. Apenas recordaba cómo hablar ya
que llevaba meses sin hacerlo. Se dio cuenta de que su voz era mucho
más grave y seca que la de Enia, y eso la hizo sentirse en mal
lugar–. Tú también... eres... muy hermosa –giró la cabeza,
apartando la mirada.
Enia sonrió,
y dijo:
–Gracias –le
levantó la barbilla para que la mirase mientras se mordía un labio.
Sus manos estaban calientes y sus dedos eran muy suaves. Era lo más
sexy que Retna había visto jamás, y no sabía cómo responder–.
¿De dónde eres? –preguntó con voz infantil.
–De... –fue
entonces cuando Retna se dio cuenta de que no se acordaba de dónde
era antes de meterse en el bosque. Se sintió muy mal y volvió a
apartar la mirada aunque los dedos de Enia aún la sujetaban– ...no
lo sé.
–¿No sabes
de dónde eres? –rió como una niña, de nuevo–. Todos venimos de
algún sitio, yo por ejemplo vengo de España, un lugar feo que no me
gusta –hizo un puchero–. Este lago no lo considero parte de
España, es demasiado bonito –rió y miró al lago–. Este es mi
sitio, y si quieres también puede ser el tuyo –miró y acarició
el ombligo de Retna, y volvió a sus ojos sin dejar de
acariciarla–. Tú también tienes que venir de algún sitio, aunque
no tenga nombre.
–Vengo de un
bosque bonito, lleno de animales y plantas salvajes –estaba
embobada mirando sus ojos, ni siquiera sabía cómo había sido capaz
de hablar.
–¿Me
llevarás? –preguntó con una sonrisa infantil.
–A ti te
llevo a dónde me pidas.
–Pues ven
–cogió a Retna de la mano y la llevó sin mucho problema hasta una
arboleda cercana. La sentó en el suelo y ella se sentó encima de
sus piernas, agarrándole las manos.
Retna estaba
absorta con su belleza, con su cuerpo de musa y su voz de ángel. Su
mente no dejaba de pensar en mil cosas que hacer con ella, dormir
todas las noches en su pecho, cuidarla de cualquier peligro y
enseñarla a distinguir entre las plantas buenas y las malas. También
le llenaría el cielo de estrellas en una noche nublada, le taparía
el sol para no oscurecer su hermosa piel, la colmaría de besos y
caricias cuando tuviese miedo, y le haría sentir lo que nunca antes
nadie la había hecho. Porque ella era un animal salvaje, y lo
salvaje siempre es mejor.
Mientras que
estaba sentada encima suya, Retna le puso las manos en su cintura sin
apartar la vista de sus ojos marrones. Enia se acercó más a su
rostro, y Retna sintió su aliento. Era cálido y suave, olía a
menta fresca. Su corazón le iba a mil por hora y cada vez tenía la
respiración más agitada. Retna se acercó más. Ansiaba sus labios
rosados, que se unían perfectamente con su piel de porcelana. Enia
se acercó más, acabando a milímetros la una de la otra. Retna la
agarró fuerte por la cintura, pero sin hacerle daño, simplemente la
apretaba contra ella para que no se escapara. Enia sonrió y eso hizo
que Retna no se pudiese controlar y la besó. Sus labios eran suaves,
dulces y su lengua estaba caliente. Su boca tenía el mismo sabor que
su aliento. Enia se separó de Retna, dejándola con ganas de más.
Sonrió y la empujó, tirándola al suelo y volviéndola a besar,
agarrándola esta vez con una mano por la cintura y con la otra en el
cuello, suave pero a la vez fiera, con deseos de lujuria. Empezaba a
atardecer, y ésta iba a ser una noche perfecta para unión de Retna
y Enia.
Continuará...
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