jueves, 31 de julio de 2014

Mi Señor.

   –Así que... quieres saber sobre mi Señor, ¿no es así? 
   –Sí, me gustaría. He escuchado tanto sobre él... 
   –Bien.


   ››Mi Señor es un gran hombre. Poca gente hay que se merezca tanto mi respeto como Él. Me cuidaba, me mimaba, me enseñaba... me tenía por y para Sus pies. Pero nunca tuvo una vida fácil, y es algo que siempre me atrajo mucho de él. "¿Qué tengo yo para que un hombre como Él se haya fijado en mí?", me repetía, día tras día, cuando aún estaba entre sus brazos. Cuando no me hacía falta echarle de menos para sentirle cerca...
   ››Él era un hombre informal, pero a la vez su traje le quedaba como un guante. Siempre fue un hombre de vinilos, gafas redondas y cine clásico. No le gustaban las cosas fáciles. Él era de pensar las cosas pero después abalanzarse hacia un sueño, arrepintiéndose o no después. Muchos fallos tuvimos que corregir, pero ninguno fue en vano. Crecimos juntos, tanto como pareja como personas. Poca gente creía en nosotros, pero yo creía en Él y eso me era suficiente...
   ››Vivimos muchas cosas juntas, ¿sabe? Fuimos a, prácticamente, todos los sitios que alguien como yo podía imaginar. Pero para Él no era suficiente. Él quería más. Quería llevarme a bosques, parques temáticos, mares, montañas, ríos... para Él mi felicidad nunca era suficiente. Cada vez que sonreía, Él quería mantener esa sonrisa eternamente. Y yo la Suya. No creo que jamás vuelva a ver una sonrisa tan deslumbrante nunca. Era de esas... de esas que con sólo verla, sabías que hasta los hombres más fuertes lloran, y hasta los niños más cobardes vencen sus miedos. No sé si me explico; porque Él no era un hombre que se pudiera explicar con palabras.
   ››Yo lo amé, lo amé más que a mi vida. Quise darle todo, y espero haberle dado, al menos, la mayor parte. Todos los días intentaba que sonriese... ya no sólo por Él, sino por mí. Yo no era nadie si no le robaba una pequeña parte de su envidiable sonrisa. Yo no era nadie si él no me decía "Te quiero" cada noche y cada mañana. Yo no era nadie entonces, y ahora que no está... soy menos que nadie...


   Empecé a llorar, ya no podía aguantarlo más.
   –Lo siento, pero no puedo seguir –salí corriendo a mi habitación.

   El dolor de recordarle como si fuese ayer cuando aún dormíamos juntos, fue demasiado para mí. Le echaba tanto de menos. Mi vida no era nada si no estaba Él para animarla. Yo no era nada si Él no estaba para hacerme reír en los peores momentos. Estaba destrozada.
   Cogí su foto, la que me regaló por mi primer cumpleaños estando juntos. Esa foto guarda tantos recuerdos... la abracé, llorando. Cuando alcé la mirada, lo vi. Lo vi con su traje negro y su corbata roja. Le vi tan guapo y elegante como cuando aún estaba conmigo.
   Estiró Su brazo hacia mí, y sin pensarlo lo cogí; y nos fuimos, de la mano, a un lugar donde sí que íbamos a estar juntos para siempre...

jueves, 10 de julio de 2014

El rescate (antiguo)

   Érase que se era una princesa encerrada en su propio castillo. Ella quería salir, pero a la vez tenía miedo del exterior. Le era tan desconocido... cada vez que salía de él, algo o alguien le hacía daño, y volvía.
   Después de meses y meses, con la única compañía de una araña llamada Paula, alguien llamó a la puerta.
   -¿Quién es? -dijo ella, asustada, pues hacia años que nadie venía a buscarla.
   -Soy yo.
   No dijo nada más. La voz le resultó tan cálida y familiar que no pudo evitar abrirle.
   Cuando subió, se dio cuenta de que era un joven príncipe apuesto, con una sonrisa sincera y una mirada que podría iluminar una noche sin luna.
   -¿Sabes quién soy? -dijo él, sonriente.
   -No, pero me resultas familiar -contestó ella, extrañada.
   -Soy aquél que tanto buscabas. El que viste una noche y no te atreviste a saludar. Soy ese chico que ha venido a sacarte del castillo.
   -¿Y quién te ha dicho a ti que quiero salir?
   -Me lo dicen tus ojos. Ven -le ofrece la mano-, ¿te apetece un paseo?
   La princesa aceptó, puesto que se sentía protegida acompañada de aquel príncipe. No tuvo miedo en pisar el césped descalza, después de tanto tiempo. 
   Aquel príncipe, le enseñó las maravillas del mundo exterior de las cuales ella nunca se había fijado. Se dio cuenta, de que se había perdido muchas cosas encerrada en su castillo... pero no le importó, porque si no hubiese estado allí, jamás se hubiese encontrado con su príncipe.
   Pasaron los días, y la princesa cada vez se sentía mejor con su príncipe. Él, iba a buscarla todos los días, e incluso dormían juntos en el jardín. Ella ya no tenía miedo, pues se sentía protegida. Él se sentía feliz con el mero hecho de admiradla. Cada uno le aportaba algo especial al otro, por lo que nunca se podían separar.
   Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

domingo, 13 de abril de 2014





   La puerta se abrió bruscamente. Alguien entraba gritando.
   –¡Cariño! ¡Nos han concedido el préstamo, completo!  Como aval he tenido que poner básicamente todas nuestras pertenencias, pero bueno ¡qué más nos da si las vamos a vender! –tenía una sonrisa que no le cabía en la cara.
   Nía, que ni de lejos se esperaba tener en sus manos los 900.000 euros que habían pedido en el banco, ahora estaba eufórica. Tenía tantas endorfinas en el cuerpo que le salían por las orejas.
   –¡Eso es maravilloso, Eric! Podemos ir haciendo planes de qué países visitaremos, qué drogas queremos probar, las locuras que queremos hacer… ¡Novecientos mil euros dan para bastante!
   –Cielo, también tenemos que tener cuidado con qué hacemos. Ahora las cosas están muy jodidas en lo que viene a ser el tema judicial y ley, sobre todo para gente como nosotros: sin contactos y sin dinero.
   –Lo sé, amor. Bueno, ¡no pensemos ahora en lo negativo! ¡Pongámonos manos a la obra para prepararlo todo a la perfección!
   Nía fue al ordenador, a mirar los cientos de archivos que habían guardado para este momento: documentos llenos de información sobre aduanas, sobre dónde se encuentra gran parte de la droga retenida por la policía, de cómo salir inmune de un juicio de cárcel… años y años de recopilación de información, que al fin darían resultado.
   Eric fue a otro banco diferente a coger los 20.000 euros de los ahorros que habían conseguido –con mucho esfuerzo– durante toda su vida. Años de pluriempleo, sin vacaciones, sin apenas vida social… años y años, que al fin serían beneficiosos.

   Lo primero que hicieron fue vender su coche –algo que no le costó casi nada de trabajo, puesto que lo vendían ridículamente barato– y comprarse una moto para viajar por Europa. Una Bultaco Metralla MK2 clásica. La pasión de Nía y Eric desde niños han sido las motos, y él supo muy bien guiarla hacia las mejores motos existentes.
   Después vendieron todas sus cosas –aunque entrasen en la fianza del préstamo que jamás pagarían– a un precio decente para no perder demasiado dinero y venderlas en el plazo máximo de dos días. Los dibujos de Nía volaron en las cinco primeras horas, las maquetas y proyectos de Eric tardaron más, pero fue lo que trajo todo el dinero de la venta. Lo único que no vendieron fue el barco, porque nadie estaba dispuesto a darle todo lo que pedían.
   –Cariño, ¿qué vamos a hacer con el barco? A mí me gusta mucho, pero si no lo vendemos aunque sea por cinco mil euros, nos lo vamos a comer –Eric no sabía ya qué hacer para convencer a su mujer de rebajar su precio.
   –Está en perfecto estado, nuevo, lo hemos usado tres años y restaurado este último. ¿Cómo vamos a tener las narices de venderlo por veinte mil euros menos de lo que nos costó? –ella no entendía cómo podía querer venderlo tan barato, con lo tacaño que era su esposo.
   Discutieron durante un rato, llegando a la conclusión de que lo venderían a la mitad si al tercer día no aparecía ningún comprador. Tuvieron la suerte de que el segundo día llegó un hombre podrido de dinero y les compró el barco por el doble de su precio original, siempre y cuando no sacasen nada de lo que ya tuviera dentro. ‹‹Si supiese que hace meses que el barco está vacío… se reiría mucho››, pensaba para sí Eric, casi sin poder aguantar la risa.

   –Dos… tres… cuatro… –a Nía se le abrieron los ojos como platos.
   –¿Qué pasa? –preguntó Eric, asustado.
   –¡Tenemos más de un millón! Para ser exactos… –revisó las cuentas que llevaba haciendo dos horas, por si había algún error–, ¡tenemos un millón trescientos mil euros!
   –¡Dios mío! Si es que eres la mejor. Gracias a ti tenemos ese pastón.
   –Gracias a ti, por el crédito –Nía le guiñó un ojo a su esposo, y éste de inmediato supo a qué se refiere.
   Ambos pasaron su última noche en Barcelona como Nía y Eric. A partir de ese momento comenzaba una nueva vida para aquella pareja desenfrenada y loca.



   Eran las seis de la mañana y ya estaban partiendo hacia Suiza, el paraíso bancario. Allí meterían todo su dinero para las drogas, las fiestas, y todas las demás locuras que se le vayan presentando. Ésta sería ahora su vida, hasta los siguientes diez años o hasta que se les acabase el dinero; entonces buscarían otras salidas o sencillamente acabarían con ellos mismos.
   Ya en Suiza, llamaron al camello con el que Eric había estado en contacto durante los cinco años anteriores, para que le mantuviese informado de todo lo que estaba pasando con la recompensa de comprar más de cien mil euros en todo tipo de drogas. Tuvo que hablar Nía, pues era la única que hablaba francés casi a la perfección. Tras quince minutos de llamada, Eric quiso saber qué había pasado.
   –Me ha dicho cómo está la cosa actualmente: precios, policía y tipo de drogas que hay en el mercado medianamente asequibles. Me ha dado nombres de camellos de los que no debemos fiarnos, y menos teniendo tanto dinero encima. También me ha dicho que él ahora mismo está entre trámites y no puede atendernos. Si nos esperamos dos días aquí, en Suiza, nos rebajará unas cuantas cosas por los favores que le hemos hecho en estos cinco años –Nía se paró a pensar si se le olvida algo–. ¡Ah! También me ha dado nombres de prostíbulos en toda Europa donde no debemos ni pisar.
   –¿Por qué? –Preguntó Eric, curioso, puesto que ellos nunca habían hablado de entrar en ninguno.
   –No es porque sean prostíbulos de mala calidad, sino porque son locales “trampa” –hizo las comillas con los dedos–, es decir, hay policías infiltrados ahí dentro que nos la pueden liar. Ya sea por el hecho de estar en un prostíbulo o por llevar drogas.
   –Pues, ¡maravilloso! –Eric se alegró por lo bien y lo fácil que estaba saliendo todo, y sonrió como hacía años que no sonreía.



   Así fue como Nía y Eric empezaron su nueva vida. Al principio les costó acostumbrarse a tener que cambiarse de nombre cada poco tiempo, a tener varios DNIs en la cartera, al trato de vender y comprar drogas, a huir de la policía…
   Pasaron los años de diversión, como tantísimo habían deseado, pero un día del séptimo año hubo un problema: Nía tomó heroína de mala calidad, produciéndole sobredosis. La tuvieron que llevar directamente al hospital y, como la policía no es tonta, no esperó a que se recuperase para hacerle un interrogatorio. Aun estando en Bélgica, llamaron a un policía que supiera hablar español para poder hacerle un interrogatorio al único que podía hablar: Eric.
   –Comisario García. Dieciocho de junio de dos mil cuarenta y dos. Sala de interrogatorios de Bélgica. Presentes: el acusado, Eric Zoroa; una escolta belga y yo. Muy bien, empecemos –el comisario se colocó en la silla, con los brazos encima de la mesa y se inclinó hacia adelante–. Eric, ¿me lo vas a contar todo a la primera o vamos a tener que pelear? –esbozó una pequeña sonrisa. No tenía acento, así que Eric supuso que era realmente español.
   –Lo diré todo si no meten a Nía en esto –tenía lágrimas en los ojos, y no era capaz de mirarle.
   –No te puedo prometer nada. Puedo prometer que si ayudas en todo y además nos dices nombres no envejecerás en la cárcel –tenía una risa burlona, risa que a Eric le daba arcadas.
   –Puedes olvidarte de nombres –le miró a los ojos, y el comisario pudo ver la pena y la rabia en ellos.
   –Muy bien, chico. Pero quiero que me lo cuentes todo, desde el principio. Al final haremos un trato. ¿De acuerdo?
   –Está bien… –Eric sorbió fuerte por la nariz para no llorar, y comenzó con la voz un tanto rota–. Nía y yo nos conocimos en el 2013. Ninguno teníamos la mínima idea de tener descendencia, así que un día decidimos que cuando yo superase los cuarenta, pediríamos un crédito millonario –Eric sonrió y meneó la cabeza por los recuerdos–. Y así fue.
   ››Cuando cumplí veinte empezamos a recaudar información: policía, drogas, sitios menos localizados, lugares donde si te pillan con cantidades altas de droga estás sólo un día en el calabozo y a tu casa… lo hicimos juntos, todo –miró a los ojos al comisario y, con una leve sonrisa una lágrima cayó, directa a la mesa–. Estaba todo perfectamente planeado… aún no entiendo de dónde salió ese maldito camello –rompió a llorar recordando dónde se encontraba su mujer ahora mismo.
   Dejó de hablar y el comisario lo entendió. Le dio tiempo para respirar e intentar relajarse.
   –Hace siete años nos concedieron el crédito –Eric comenzó a hablar con la cabeza entre los brazos –. Novecientos mil euros. Cuando llegué a casa con esa pasta metida en la cartilla, ninguno nos lo podíamos creer. Tardamos una semana, aproximadamente, en vender todas nuestras cosas, inclusive la casa. En total llegamos al millón trescientos mil. Fue una alegría enorme… el cinco de mayo pisamos Suiza, metimos todo el dinero en la cuenta y empezamos a vivir nuestro sueño. Pero no ha acabado bien… –empezó a llorar de nuevo–. ¡nada bien! –Gritó, golpeando la mesa. El comisario se asustó pero no temió nada, sólo era un hombre dolorido.
   ››El verdadero final de todo esto tendría que haber sido en tres años, muriéndonos juntos. Ya sea en la cárcel o por una sobredosis extrema de ambos a la vez… ¡pero no! –Volvió a golpear la mesa–. Un maldito camello estafador tenía que joderlo todo…
   Rompió a llorar. Se agarró el pelo de la cabeza y se culpaba una y otra vez por su esposa, porque él no estuvo vigilante. Se maldecía, y mucho más al estafador que les vendió esos gramos.
   El comisario salió de la sala, junto con la escolta.


   La policía fue a su “casa” de Bélgica y encontró ordenadores con toda la información que Eric le había dicho al comisario. Los confiscaron. García avisó a Eric de que no intentase nada de lo que ahí tenían escrito, porque podrían salir mal parados.
   Meses después, cuando Nía estaba recuperada, apenas sin secuelas, hubo un juicio. En él se les declaró culpables a ambos de tráfico de estupefacientes e ilegalidad fiscal, por no pagar el préstamo y vender la fianza de éste. Fueron condenados a cinco años de cárcel, que se redujo a tres por la ayuda proporcionada a la policía.




   En el último mes de condena, a Nía le detectaron un cáncer terminal, con una vida máxima de tres meses con tratamiento médico. Ambos aceptaron y, por buena conducta, salieron con cargos. Lo primero que hicieron fue ir a un hospital, donde Nía murió dos meses más tarde. Pero Eric no salió de allí, ni siquiera nadie sabe dónde puede estar. Hay gente que dice haber visto a un hombre en la sala de espera repetidos días, buscando por internet un billete a Suiza. Quien le daba conversación acababa sabiendo la historia de los diez últimos años de la vida de una pareja que, según muchos, sabían vivir de verdad.

jueves, 9 de enero de 2014

Basado en hechos reales.

 John era un padre cincuentón, jubilado, sin más preocupaciones que no olvidarse el 1'50€ que cuesta una caña en su bar favorito, el que está en frente de su casa. John, con un hijo de casi 30 años, estaba muy contento con su vida: nunca le había faltado en la mesa un plato para su mujer y su hijo, tiene las dos mejores nietas del mundo, y en unos días hace 30 años casado con la mujer de su vida. Se podría decir que John, ha sido un hombre afortunado.
 Un día, mientras John pasaba por la carretera de siempre, de vuelta de una rutinaria visita al médico, se encontró con un aparatoso accidente, al parecer, muy reciente; porque no había señales de que la policía ni la ambulancia hayan estado por allí. John bajó del coche para ver mejor y se encontró con un coche destrozado completamente. «Hay muertos, seguro. Mejor me llevo una manta por... por lo que pueda pasar», pensó,a la vez que cogía la manta azul que utilizaba su hijo para dormir de pequeño.
 Al bajar se acercó al coche, que siquiera parecía uno. Sólo era un amasijo de hierros con una especie de chasis blanco, con las ventanas destrozadas. Ni la matrícula era visible. No muy lejos, vio una persona. John se acercó a un paso rápido, por si había una escasa posibilidad de que aún tuviera vida. Cuando estaba a un metro de él, se dio cuenta de que no. Aquel muchacho estaba completamente desfigurado.
–Está tan mal que ni su padre le reconocería –pensó en voz alta, con un nudo en el estómago.
 John cogió la manta, la sacudió para estirarla y la echó encima del chico. A lo lejos vio un camión volcado, cuyo dueño (o eso parecía) estaba con un móvil en la oreja. «Estará llamando a una ambulancia, mejor me voy; aquí no pinto nada».

 Al llegar a su bar favorito, John le contó al mese lo ocurrido:
–...pobre chaval, Pedro. Estaba jodidamente desfigurado. No sé si era de aquí, de Barcelona o de Suiza. No tenía rasgos y estaba ensangrentado. Ojalá no haya dejado a nadie... –a John se le hizo un nudo en la garganta y no pudo seguir–. Si tú lo hubieras visto, Pedro. Eso no parecía una persona. Ni siquiera sé si debí taparlo, a lo mejor la policía ni lo encuentra... qué pena me da, ¡parecía joven!
 Entró la mujer del mese.
–¡Pedro! ¿Te has enterado del accidente? ¡Ha muerto...!
–¡Shhh! –le cortó Pedro a su mujer, señalando a John con los ojos.
Entonces se escuchó una ambulancia, que se para en la casa de John.
 John ata cables.
 Su hijo hoy iba al pueblo de al lado, a comprar, con su coche blanco.
 John salió.
 Buscaban a John.
 Las piernas de John pesaban más de lo normal.
 John se derrumba.
 John, llora.

jueves, 12 de septiembre de 2013

Desaparición. [Parte 1]

   Eran las 8:13 y Diana ya llegaba tarde al instituto pero no le importaba. Eran los primeros días, así que los profesores no le daban mucha importancia a los retrasos y a las faltas. 8:14 y ya veía la puerta del instituto así que aceleró un poco y entró con justo cuando sonaba la alarma. A primera hora tenía Biología, por eso había llegado casi corriendo. Entra a la clase con un "perdón" y se sienta en su sitio. La clase va sobre el sistema nervioso humano, así que toda la clase se aburre menos ella.
   A las 9:15 termina la clase y Diana sale a mover las piernas. Por el camino, un chico mayor le llama la atención y se da cuenta de que la mira. Él le hace un gesto para que la siga y ella mira a su alrededor distraídamente, y anda tras el chico. La lleva hasta una especie de azotea que Diana no sabía ni que existía; y tampoco sabía qué hacía siguiendo a un desconocido. Allí arriba, alguien se le acerca por detrás sin que le vea y la sujeta. El desconocido al que siguió le venda los ojos y le pone un espaladrapo en la boca, aunque Diana no iba a intentar gritar. Sabía que era inútil, puesto que estaban lejos de cualquier profesor y las clases ya habían empezado. Alguien le golpea la cabeza, haciendo que quede inconsciente en el suelo.

 * * * 

   Cuando la profesora de matemáticas se da cuenta de que Diana no está, pero sus cosas sí, pregunta a sus compañeros que si la han visto y todos niegan con la cabeza. Alertada, sale un momento a buscarla y a preguntarle a los demás profesores la habían visto, pero nada. Parece como si se hubiese desvanecido en el aire. Ésta se preocupa y baja a la conserjería a por el número de sus padres y preguntarle si ellos saben algo de ella. Su madre se preocupa y decide llamar a la policía. La profesora vuelve a su puesto de trabajo, esperando que todo se trate de una broma o un despiste.

 * * * 

   Diana se encuentra sentada en una silla en algún lugar oscuro, porque abre los ojos y no ve nada a través de la fina venda blanca que le pusieron en el instituto. Aún no sabe cómo la han bajado sin que nadie la viese o se alertase. Le duele mucho la sien del golpe, y se está preguntando para qué la quieren una panda de desconocidos... porque son desconocidos. Empieza a dudar e intentar recordar la cara del chico al que siguió. Piel clara, ojos verdes oscuros y cresta.
   Se dice a sí misma una y otra vez que es estúpida por seguir a un desconocido, estúpida por no haberse quedado en clase como los profesores le tienen dicho y más estúpida aún por no haber llamado a Jandro ha sido despertarse, ya que ahora se estará preocupando y con relativa razón.
   También piensa que si la están buscando o sencillamente todo el mundo cree que ha hecho pellas. Piensa en sus padres, en los preocupados que están si saben ya de su desaparición o lo que estarán cuando nadie llegue a su casa a las 4.
   Se escucha una puerta y Diana empieza a temblar.
   -¿Estás seguro de que era ella? No le veo el mismo cuerpo que tú decías -grita un chico de voz grave.
   -Sí, joder, hazme caso. Es la de Internet, la McTetis.
   Diana piensa que se han equivocado de persona, puesto que ella no tiene ni idea de lo que hablan.
   Alguien le quita la venda en los ojos, y se encuentra con un hombre de alrededor de unos 20 años, con una camiseta blanca lisa, bermudas vaqueras y barba de una semana. Sus ojos claros la penetran hasta el alma.
   -Bueno, pues vamos a comprobar si es la de las tetitas famosas -dice, con una sonrisa y en un tono burlón.
   El chico se abalanzó hacia ella e intentó quitarle la camiseta. Ella forcejeaba sin saber qué hacía ni la razón de sus actos. Al tener las manos atadas, poco pudo hacer y terminó rompiéndole la fina camiseta de tirantes que tenía, dejando a la vista su sujetador de encaje azul. Ella miraba al chico y en su cara se encendió un brillo de lujuria.
   -¡Sí tío, tenías razón, es ella! ¡Lo que voy a disfrutar! -se volvió hacia ella y la desnudó completamente mientras Diana lloraba, de vergüenza e impotencia.

   Continuará...

jueves, 8 de agosto de 2013

Dependencia.

   Sentirte vacía cuando te falta la otra persona. Dar de lado a todos y a todo simplemente por verle sonreír. Maquillarte aunque lo odies para darle el gusto. Sobrellevar los miedos y las inseguridades para que se sienta orgulloso de ti. Superarte día a día para verle feliz. Hacer el idiota simplemente para ver como niega con la cabeza mientras se muerde el labio. Sentir un escalofrío por toda la espalda cuando te habla con su voz más dulce. Estar desganada cuando no está, y estar pensando todo el rato en qué hace y si te estará echando o no de menos. Llevarle la contraria simplemente para picarle. Decir y hacer pastelazos a cada rato porque sabes que le encanta. Dejar de hacer cualquier cosa para darle mi total atención.
   Sonreír y que se me olvide todo al pensar que en poco más de una semana voy a estar entre sus brazos. Sentir cosquilleos por todo el cuerpo al imaginarme sus caricias, sus besos, sus mimos...

   Hola, me llamo Atheris Hispida, y él es mi droga.

lunes, 1 de julio de 2013

Pantera – En plan salvaje (Parte 1).


   En el siglo XXII, cuando los humanos no eran más que desechos de ellos mismos, enjaulados en terrenos tan reducidos que no podían ni vivir, teniendo tantos hijos como deseaban porque eran costeados por los demás, viviendo la vida de otros porque la suya no valía nada, nació Retna. Tenía el cabello negro como la noche, los ojos verdes y piel morena. Ya de pequeña demostraba una constitución atlética, pero sobretodo destacaba por no querer nada de tecnología y por su amor incondicional a la fauna y flora salvaje.
   –¡Maldita niña! ¡Que quiere un perro dice! ¿Es que no estás contenta con tu tablet y tus juegos de realidad virtual? –le gritaba su madre todos los días.
   Nadie la entendía, todos eran unos esclavos del sistema que sólo deseaban ser mejor que el vecino, demostrar cosas que no tenían aunque tuviesen que malvivir por eso. Retna los veía a todos como locos, y cuanto más crecía, más se daba cuenta de que tenía toda la razón y poco a poco estaban suicidando a la raza humana, exterminando con todas las demás. Se dio cuenta de que tenía dos opciones: aguantar allí, sometida al sistema y viendo como la naturaleza fallecía poco a poco, o vivir junto a ella como una sola, siendo salvaje y huyendo de depredadores que desean su sangre. Con tan sólo 14 años, se escapó de casa con la única compañía de un machete y una cantimplora con agua.
   Andó durante días, mendigando y ganando de todo en las calles, pues toda la gente “era buena y le daba todo lo que podía”. Retna sabía que era para salvar su conciencia de malas acciones y pensar “qué buena persona soy, ayudo a quien más lo necesita”, pero le daba igual. Ahora mismo sólo ella y la naturaleza importaban.
   Al fin llegó a un bosque. No era muy grande y la mayoría de los días estaba siendo explotado por industrias madereras, mas a ella no le importaba; era algo bueno para empezar.
   Con unas cuantas ramas y hojas se hizo una choza y una especie de cama. Con un mechero que le donó un yonki hizo una hoguera y asó un filete que le dio un carnicero obeso. El olor hizo que una pantera negra, preciosa y oscura como la noche, se acercase. Retna se asustó, ya que era la primera vez que veía a un animal en un territorio salvaje, lo que ella no sabía es que la pantera tenía mucho más miedo de ella que al revés. Le ofreció un trozo de filete y la pantera lo cogió, cuidadosa, y se alejó un poco. Lo suficiente para que Retna estuviese tranquila y aún se le viese el reflejo de los ojos. Terminó de comérselo, se acercó a Retna y le lamió la mejilla. La pantera se fue sigilosa y veloz, y Retna sonrió como nunca antes. Se terminó la cena y se puso a dormir.
   Ese fue su primer encuentro con un animal salvaje, dándose cuenta de que todos temían al ser humano. Tenían miedo de sus armas asesinas, de sus máquinas destructoras y de su mente perversa. Pero ellos se daban cuenta de que Retna no era como los demás, Retna era un animal más.
   Poco a poco fue acostumbrándose a cazar con las manos y se acostumbró al sabor de la sangre y la amargura de la savia. Se hizo amiga de todos los depredadores y se ayudaban mutuamente.
   Pasaron los años y Retna se había convertido en una de las mejores cazadoras que conocía la selva, pero también un animal muy noble y fiel. Sus sentidos se desarrollaron: oía mucho mejor, su olfato era infalible y cada día veía mejor en la oscuridad. Ahora iba completamente desnuda, sin complejos y sintiendo a la naturaleza en todo su esplendor. Retna estaba muy a gusto con su nueva forma de ser, pero le faltaba algo: un compañero. Aunque ella había estado sola toda su vida y no tenía problemas con ningún animal, quería tener a alguien con el que dormir todas las noches, cazar juntos todos los días y tener descendencia.

   El día del 18 cumpleaños, Retna decidió hacer algo nuevo. Cogió todas sus cosas y se fue a buscar otros lugares. Cogió sus pocas pertenencias y marchó, sigilosa y rápida como una pantera. No sabía a dónde ir y tampoco si los humanos habían terminado por destruir todo territorio virgen que quedase, pero ella no se dio por vencido y buscó durante días. En su camino vio animales que no sabía que existían, pero no se asustó ni temió. Simplemente se sorprendió y estuvo un rato con ellos, aprendiendo cosas nuevas.
   Retna llegó a un lago cristalino que incluso se podía ver el fondo. Había peces de todos los tamaños y colores. Le encantaba el agua, así que no pudo resistirse a bañarse. Dejó sus cosas en la orilla y se metió, disfrutando de lo fresquita que estaba el agua. Entonces, escuchó un ruido y salió a la superficie. Vio un animal que llevaba muchísimo tiempo sin saber de él, así que pocos recuerdos le quedaban. Retna vio a su raza, la humana, a una mujer que estaba tomando el sol, boca abajo. Era verdaderamente hermosa, ya no recordaba lo que sentía al ver a una mujer desnuda. Tenía el pelo pelirrojo y por la cintura. Su piel, al contrario que la de Retna, era muy pálida y parecía de porcelana. Tenía la espalda curva, y las piernas largas y atléticas. No estaba gorda pero tampoco delgada, tenía curvas en la cintura. Entonces se levantó, y Retna la pudo ver bien. Era muy hermosa, tenía los ojos marrones, grandes. Los labios eran rosados y carnosos. Sus mejillas estaban rojas del sol y sus dientes eran blancos como la leche. Las manos eran delicadas y parecía que con un simple golpe se iban a romper. Realmente, era el ser más hermoso que Retna había visto jamás. Sin pensarlo, fue nadando hacia ella. La mujer se sorprendió al verla, y se echó un poco para atrás. Retna no quería asustarla, así que frenó y quedó flotando en el agua. La mujer sonrió y saludó con la mano. Retna se sonrojó, pero no podía apartar la mirada de esos ojos marrones suaves y calientes, que parecía que la abrazaban. Salió del agua y vio que era más alta que la mujer, tenía los pechos más pequeños, su espalda era más ancha y tenía muchos más músculos. La mujer le tocó los abdominales, que los tenía bastante marcados.
   –Tienes cuerpo de hombre –dijo la mujer con una sonrisa. Su voz era dulce y suave, un poco aguda, pero transmitía tranquilidad–, pero eres hermosa –se miraron a los ojos y Retna se sonrojó mucho más–. Me llamo Enia, ¿y tú? –apartó la mano de sus abdominales y se las puso en la espalda, como una niña tímida.
   –Retna –estaba muy sonrojada y nerviosa. Apenas recordaba cómo hablar ya que llevaba meses sin hacerlo. Se dio cuenta de que su voz era mucho más grave y seca que la de Enia, y eso la hizo sentirse en mal lugar–. Tú también... eres... muy hermosa –giró la cabeza, apartando la mirada.
   Enia sonrió, y dijo:
   –Gracias –le levantó la barbilla para que la mirase mientras se mordía un labio. Sus manos estaban calientes y sus dedos eran muy suaves. Era lo más sexy que Retna había visto jamás, y no sabía cómo responder–. ¿De dónde eres? –preguntó con voz infantil.
   –De... –fue entonces cuando Retna se dio cuenta de que no se acordaba de dónde era antes de meterse en el bosque. Se sintió muy mal y volvió a apartar la mirada aunque los dedos de Enia aún la sujetaban– ...no lo sé.
   –¿No sabes de dónde eres? –rió como una niña, de nuevo–. Todos venimos de algún sitio, yo por ejemplo vengo de España, un lugar feo que no me gusta –hizo un puchero–. Este lago no lo considero parte de España, es demasiado bonito –rió y miró al lago–. Este es mi sitio, y si quieres también puede ser el tuyo –miró y acarició el ombligo de Retna, y volvió a sus ojos sin dejar de acariciarla–. Tú también tienes que venir de algún sitio, aunque no tenga nombre.
   –Vengo de un bosque bonito, lleno de animales y plantas salvajes –estaba embobada mirando sus ojos, ni siquiera sabía cómo había sido capaz de hablar.
   –¿Me llevarás? –preguntó con una sonrisa infantil.
   –A ti te llevo a dónde me pidas.
   –Pues ven –cogió a Retna de la mano y la llevó sin mucho problema hasta una arboleda cercana. La sentó en el suelo y ella se sentó encima de sus piernas, agarrándole las manos.
   Retna estaba absorta con su belleza, con su cuerpo de musa y su voz de ángel. Su mente no dejaba de pensar en mil cosas que hacer con ella, dormir todas las noches en su pecho, cuidarla de cualquier peligro y enseñarla a distinguir entre las plantas buenas y las malas. También le llenaría el cielo de estrellas en una noche nublada, le taparía el sol para no oscurecer su hermosa piel, la colmaría de besos y caricias cuando tuviese miedo, y le haría sentir lo que nunca antes nadie la había hecho. Porque ella era un animal salvaje, y lo salvaje siempre es mejor.
   Mientras que estaba sentada encima suya, Retna le puso las manos en su cintura sin apartar la vista de sus ojos marrones. Enia se acercó más a su rostro, y Retna sintió su aliento. Era cálido y suave, olía a menta fresca. Su corazón le iba a mil por hora y cada vez tenía la respiración más agitada. Retna se acercó más. Ansiaba sus labios rosados, que se unían perfectamente con su piel de porcelana. Enia se acercó más, acabando a milímetros la una de la otra. Retna la agarró fuerte por la cintura, pero sin hacerle daño, simplemente la apretaba contra ella para que no se escapara. Enia sonrió y eso hizo que Retna no se pudiese controlar y la besó. Sus labios eran suaves, dulces y su lengua estaba caliente. Su boca tenía el mismo sabor que su aliento. Enia se separó de Retna, dejándola con ganas de más. Sonrió y la empujó, tirándola al suelo y volviéndola a besar, agarrándola esta vez con una mano por la cintura y con la otra en el cuello, suave pero a la vez fiera, con deseos de lujuria. Empezaba a atardecer, y ésta iba a ser una noche perfecta para unión de Retna y Enia.

   Continuará...